El hábito de consumir sólo alimentos crudos denominado Crudivorismo, es título de grandes debates en la sociedad y en nutrición. El hecho es que sin dudas los extremos en la alimentación generalmente son malos, sobre todo si tenemos en cuenta no sólo a las enfermedades que pueden trasmitirse a través de las verduras crudas, sino que también la de las carnes rojas y blancas. El ser humano en su evolución gastronómica, ha descubierto las propiedades higiénicas al cocinar los alimentos, siendo su precio el de perder un porcentaje del aporte nutricional, vitaminas, proteínas, y minerales que contienen en general.
De sólo pensarlo me vienen a la mente un montón de bacterias que causan diversos trastornos a la salud, que extremando cuidados de higiene seguramente podremos reducir el riesgo; pero al cocinar lo alimentos previamente sometidos a higiene, también combatimos aquellas bacterias que pueden contener ciertos alimentos, como por ejemplo la salmonella del huevo; y las bacterias resistentes que sólo mueren con la ebullición. Mejorar la salud o mejorar la nutrición, ambos deben de encontrar un equilibrio dentro de la sociedad, porque en ella vivimos.
Por otra parte, y saltando lo que hablé anteriormente así como las indigestiones después de un proceso adaptativo de mi organismo y mi aparado digestivo, debo reconocer que me atrae la idea de no cocinar más y agrandar el espacio en mi cocina que pasaría a ser lavandería de alimentos…o algo así.
Cabe rescatar, la gran cantidad de nutrientes extras que aportaría cada alimento a mi cuerpo si los consumiera crudos, pero en ese caso revelo que optaría por el cocinado al vapor, dejando para el consumo de alimentos crudos a los de siempre, como lechuga, tomate, cebolla, aceite, zanahoria, berro, entre otros que uso en las ensaladas de verano.
Una patita de pollo cruda…no puedo ¿y tú?